Es bien sabido que el cine y la televisión nos llena de falsas expectativas. En “Los Vigilantes de la Playa” no había manera de ver a bañistas con sobrepeso en las playas del país con mayor número de obesos del mundo. Los hombres son altos y la alopecia no existe, y las mujeres tienen sonrisas radiantes y la 38 les queda como un guante de cirujano. En el sexo los amantes llegan a la meta a la vez, y las historias siempre tienen un final feliz. Incluso los finales tristes, en los que el bueno la endiña, hay un mensaje de optimismo. Ya sabéis; el héroe que muere victorioso, o cuya memoria inspira a otros que lograrán grandes cosas.
Pero el cine también nos creo otras expectativas falsas, y estas verdaderamente peligrosas… El cine nos enseñó que las dictaduras siempre venían acompañadas de una siniestra estética. El emperador Palpatine, con su túnica negra y sus deformidades, sonriendo maliciosamente en la eterna penumbra de su capucha. Los clavos y hierros de la agresiva estética ciberpunk de los malos de Mad Max. La severa mirada del Gran Hermano de 1984, con el ceño fruncido y los ojos acusadores. Y todo eso, al igual que lo anterior, son mentiras del cine.
En la dictadura real todo son sonrisas. José Stalin, el padrecito de las naciones, abrazando a una niñita rubia, sonriendo bajo su tupido mostacho, mientras que un cuarto de la población pasaba por el GULAG. Mao, con su aspecto de chino común, aunque jamás había tenido que trabajar y tenía su propio harén de favoritas. Maduro, bailando salsa en sus coloridos mítines, mientras cinco millones de venezolanos huyen de la miseria.
En las dictaduras del cine todo es negro o gris, todo es penumbra, pero en las dictadura reales todo es color, sonrisas, cursilería. En las dictaduras del cine todo son mensajes de odio y terror, pero en las dictaduras reales se ahoga la incompetencia criminal con aplausos, divertidos retos virales, historias de optimismo para adormecer el natural y justificado cabreo de los ciudadanos, y sketches humorísticos en los medios del régimen.
En las dictaduras reales jamás se definen a sí mismos como dictadores, sino como defensores de los desfavorecidos. En las dictaduras reales incluso tratan de legitimar la dictadura preguntando a los ciudadanos si están a favor de que el Gobierno imponga la censura. En las dictaduras reales suenan mucho las palabras “democracia”, “libertades” o “derechos”, y
hasta emplean cursis giros retóricos en los se emplean términos como “amor” o “empatía”.
Pero no nos engañemos, bajo esa cursilería está el emperador Palpatine, está el rostro lleno de odio del Gran Hermano, está la Fiscalía General del Estado de Dolores Delgado amenazando por los medios de comunicación con meter cinco años en prisión a quienes les incomoden. Está la compra de medios de comunicación con millones que hurtan a una población que se enfrentará a la peor crisis desde que se libró la última guerra civil. Está el miedo y el odio. En eso, el cine y la realidad coinciden.
José Luis Tivi
Escritor
@Eltivipata