Pedro Padilla
Soy lector habitual de obras de relatos. Pocas veces sin embargo hablo de ellas. Pese a la unidad formal y temática, cada relato cobra de tal manera su autonomía que no me resulta en todos los casos factible una aproximación de una forma general a la lectura. Malaventura es un caso excepcional. Quiebra esta regla. Se construye a través de historias más o menos independientes, pero la temática es única. Cada relato es un brazo de una única entidad. Una Andalucía mítica, de mentira y al mismo tiempo muy próxima a la realidad. Una Andalucía triste y pobre. Una Andalucía en la que sobreviven personajes duros, decrépitos y al mismo tiempo dulces que se asemejan a los personajes de un western poco creíble. Esta es la verdad que cuenta Malaventura. Y lo hace a través de unos recursos estilísticos muy interesantes. El uso del habla andaluza desprovista de los tics habituales, tan emparentados con el desclase social. Con una capacidad fascinante por parte de Fernando Navarro por ensamblar imágenes a través de descripciones vagas. Esta decisión estilística convierte la lectura de Malaventura en un desfile de postales, en algo que se parece a dejar que las páginas de un álbum de fotos familiar nos embarguen con su tristeza.
Malaventura palpita en sus relatos algo que recuerda a Comala. La Andalucía que describe en cada texto contiene aromas de Comala, de su irrealidad. Pero no es ni mucho menos una obra que nazca vieja, y esto a pesar de alguna manifiesta influencia de la temática de las tragedias lorquianas. Malaventura es una obra impregnada por el presente, por su crueldad y desolación. Hay sangre. Hay barbarie. Esa Andalucía comaliana y lorquiana se traviste en los ojos de Fernando Navarro de tarantiniana pareciéndose inexorablemente a lo que no es, pero también a lo que es.
Malaventura es una colección de relatos francamente interesantes de un autor muy a tener en cuenta.