Pedro Padilla
Como regla general los libros que desfilan por estos lares pecan en su mayor parte de superficialidad. La novela es la forma literaria que se desarrolla de la mano con el auge de la burguesía. Y si bien existe un considerable número de obras narrativas con un innegable carácter político o social, lo preponderante es el ocio, el entretenimiento o la forma y el estilo. Un Largo Camino hace uso de los recursos estilísticos de la novela. Alejada del contexto histórico social que la propicia, podríamos leerla como una de tantas obras iniciáticas, como un recorrido vital, como una novela de aventuras, como una denuncia o narración de superación. Todo esto sería posible si no existiera una vida, un dolor, una experiencia traumática como tantísimas otras.
Ishmael Beah era un adolescente como tantos otros. Sus intereses, tan superfluos como los son los nuestros: las chicas, el rap y las amistades. Atrapado en el conflicto bélico que tuvo lugar a finales de siglo XX en Sierra Leona lo cambió todo. Ishmael Beah acabará convertido en uno de tantos niños soldados como hubo en Sierra Leona, en África y en demasiados rincones del mundo. Un Largo Camino es una obra dura. No así por su estilo, donde se aprecia “el amateurismo” del autor, sino por las vivencias. ¿Lugares comunes? Muchos. La vida del soldado no representa diferencias en ningún lugar del planeta. La de los niños soldados, tampoco. Sin embargo, hay mucho de interesante en la obra. Desde el segundo plano de los motivos políticos que desembocan en el conflicto bélico, como si realmente carecieran de interés, como si su legitimidad o no restara un ápice del sufrimiento de la población civil, al proceso de conversión en carne de cañón, de las drogas y la alienación necesarias.
Uno de los factores en los que más atrapado me he sentido por el libro es en su recorrido. La historia no concluye cuando todos los factores parecen indicarnos que nos aproximamos a él. Sigue, porque el sufrimiento no entiende de lógicas narrativas.
Seguiremos deleitándonos con obras ficticias, pero de vez en cuando es necesario posar los pies en el suelo y experimentar la realidad que tiene lugar a nuestro alrededor.