Pedro Padilla
Señales que precederán al fin del mundo se me antoja como una novela zombi. Una obra sepultada y que vuelve a resurgir de su descomposición, si es que alguna vez se extinguió.
La trama es simple: Mákina, su personaje principal, realiza un viaje desde un lugar sin nombre hasta otro que tampoco lo tiene. Pese a la omisión, el lector no tardará en identificar tanto el lugar de origen, como el de partida. En nuestro acervo cultural el cruce de la frontera que separa México de los Estados Unidos tiene suficiente relevancia para poder distinguirse a pesar de la oscuridad más tenebrosa.
Es por lo tanto, Señales que precederán al fin del mundo una obra de destino, una Odisea, con sus intrínsecas etapas, solo que ambientada en el siglo XXI, en un contexto de barbarie y desolación como el de la inmigración mejicana. Lugar común por otro lado de la literatura de frontera. Pienso en Desierto Sonoro, por ejemplo, de Valeria Luiselli. Pienso en El Síndrome de Ulises de Santiago Gamboa.
El drama de la inmigración en la obra de Herrera se ve aderezado por la extensa y alargada sombra del narcotráfico. En los últimos años el narcotráfico ha venido generando una subcultura con una identidad propia. Existen los narcorridos, la narcopintura, las narcoseries de TV y cómo no, la narcoliteratura. Ejemplos podemos encontrar tantos, como maneras de aproximación pueden darse. Desde Temporada de Huracanes de Fernanda Melchor, La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, El testigo de Juan Villoro o Diablo Guardián de Xavier Velasco.
Quizá el valor añadido que supone Señales que precederán al fin del mundo a un mercado saturado de productos sea el lenguaje. Muy en la onda de la última literatura latinoamericana, se apunta la oralidad que Pedro Mairal o Mariana Enriquez propugnan en sus textos.
Aun cuando en un momento inicial hablábamos de una revisión actualizada de los elementos básicos de la Odisea, a pesar de su brevedad, Señales que precederán al fin del mundo da para mucho más. Hay algo de surrealismo, de incomprensión, de alejamiento de la realidad. En ocasiones, en algunos pasajes, se aleja de la veracidad ficticia de Homero para asemejarse a Lynch, para convertirse en una suerte de Mago de Oz, pero sobre todo, para dar una sensación de fatalismo al lector. Su estructura, dividida en 9 capítulos, tal como son los infiernos de Dante, nos hacen olvidar la literatura de viaje horizontal para considerarla en vertical. Unos círculos infernales un tanto influidos por la esencia de los videojuegos, con su jefe que liquidar para lograr el necesario progreso, en un destino que recuerda en cierto modo a Scott Pilgrim contra el mundo.
El paso de Mákina de un México no nombrado a unos Estados Unidos también sin nombre, nos da una sensación de descenso a los infiernos.
No está de más tener en cuenta que en esencia el cruce de frontera no oculta una pretensión de mejora, del manido concepto de labrar un futuro mejor. Herrera revierte esta concepción. No olvidemos que en la obra de Dante cada círculo del infierno es más terrible conforme se produce el descenso.