Fernando García Pañeda, autor de «In Arcadia»

«La belleza es lo que da sentido a mis creaciones».

Escuchar, hablar o leer, siquiera un breve lapso de tiempo, a Fernando García Pañeda (Bilbao, 1964) es darse cuenta irremediablemente de la enorme sensibilidad que destilan sus pensamientos. No es extraño, pues, que reconozca una cierta obsesión por hallar la belleza en aquello a lo que da forma, o adivinarle un esmero especial a las historias de amor con las que llena sus obras; siempre delicadas, nunca sujetas a los vaivenes furibundos de las pasiones descontroladas. Porque él escribe como le gustaría que fuera la vida, si acaso esta fuera capaz de desterrar todo aquello que enturbia la armonía.

Cuentas que tu amor por la literatura te viene de la lectura de los clásicos, un hábito que, sin duda, estamos dejando de lado. ¿Qué consideras que estamos perdiendo cómo sociedad a causa de esto?

Creo que estamos perdiendo nuestra identidad, nuestras raíces culturales. El canon clásico de la literatura occidental, por supuesto incluyendo la literatura española, es una construcción intelectual llevada a cabo durante muchos siglos, y recoge no sólo la estética, sino la filosofía, la ética, el conjunto de valores sobre los que se fundamenta nuestra cultura, que nos define, que intenta representar el fondo de la naturaleza humana. En concreto, en el campo de la novela, que es en el que me muevo habitualmente, hay una maravillosa definición acuñada por Jane Austen, según la cual una novela es una obra en la que se manifiestan, con el lenguaje más escogido, las facultades del espíritu más notables y que transmite al mundo un profundo conocimiento de la naturaleza humana con muestras de ingenio y humor. Ese es el tipo de novela que empezó a construirse desde su origen, pero que no abunda precisamente en el mundo literario actual, ni el que domina el mercado literario. Para comprender lo que somos deberíamos conocer lo que hemos sido, y eso es algo que se tiene cada vez menos en cuenta. Las escuelas de escritura que tanto abundan hoy en día sólo miran hacia lo nuevo, lo actual, es de una miopía conceptual, de un ombliguismo exacerbados, y se diría que la novela surgió a principios de este siglo, sin tener en cuenta la inmensa creación de veintiocho siglos precedentes. Pero, claro, es mucho más fácil enseñar la estandarizada novela actual que la variedad y complejidad de siglos precedentes.

Has escrito relatos, novelas cortas, thriller, histórica, humor, ¿en qué género te sientes más a gusto?

En todos y en ninguno. Es algo que se puede ver echando una ojeada a mis títulos. La verdad es que escribo la historia que en cada momento atrapa mis entrañas, lo que me arrastra hacia el papel y el lápiz. También es cierto que me atrae la idea de experimentar, de probar distintas formas de expresión, de ahí que mis obras se engloben en géneros distintos, al menos en apariencia, aunque no sea de forma plena. Por decirlo de algún modo, mi género literario es uno transversal, que cruza varios géneros diferentes en cada momento. Pero, como no está catalogado ese transversal, y ni siquiera comprendido, lo más sencillo es concluir que no escribo en un género concreto.

¿Cuál dirías que es tu sello personal como escritor?

Mi intención permanente es plasmar una historia real e interesante con una escritura sencilla, blanca, elegante, con una expresión acogedora para el lector, aunque pueda estar situada en los más diversos escenarios o épocas. Pretendo que las páginas de mis novelas se conviertan en un hogar, sean la retaguardia de la aventura, peripecia o conflicto que narran las líneas que contienen. Yo no soy de los que dan puñetazos al estómago del lector o le vuelan la cabeza, eso a lo que tanta afición hay actualmente, sino que me gusta más acariciarle, hablarle como a un amigo. Me gusta decir a cada lector, como cantaba Loquillo, «dame una sonrisa de complicidad y toda tu vida se detendrá». Porque la lectura es eso, un alto, una detención, una suspensión de la vida ordinaria para entrar en la del libro.

Hablando sobre tu última obra, In Arcadia, ¿de dónde te surgió la idea para escribirla?

A lo largo de los años 90 viajé varias veces a Turquía, y ya entonces me pareció un escenario muy atractivo para historias de todo tipo. El cosmopolitismo de Estambul daba muchísimo juego, y se asemejaba mucho a un mundo en el que podrían convivir diversas culturas con cierta armonía. Si a ello se le añade un elemento de intriga, nada menos que un contrato de compraventa de armamento negociado entre dos gobiernos (documentado con noticias en prensa), y se mezcla con unas relaciones personales un tanto peculiares, creo que el resultado puede ser una amalgama muy interesante.

A menudo, los personajes que creas fungen como hilo conductor en sí mismos. ¿Qué puedes contarnos acerca de los personajes que vamos a encontrar en In Arcadia?

En efecto, me gusta centrarme mucho en mis personajes, tanto que a veces ellos mismos acaban siendo la historia. En este caso hay tres personajes que sostienen la novela de principio a fin. Dos de ellos, Pablo, un agente del Gobierno, y Nora, una chica judía española, harán un doble viaje. Un viaje literal, desde Madrid y después en Turquía por medio país, y otro interior y emocional, porque son dos buscadores que ansían encontrar quiénes son de verdad, cuál es su misión de vida, cuál es su lugar. Todavía no han encontrado ese segundo día trascendental de su vida, como diría Mark Twain, ese en que descubres por qué has nacido. Y el tercer personaje, Aysel, que trabaja para el Servicio Nacional de Inteligencia turco, ya tiene hecho su viaje, ya ha encontrado lo que buscaba, pero encontrar no es conseguir. La mezcla de sus intereses junto con otros intereses de terceros que intervienen en sus vidas complicará mucho sus relaciones y los hará pasar por trances peligrosos, y a veces divertidos.

Aseguras que un ingrediente que tienen siempre tus novelas son las historias de amor verdaderas, sin pasiones tormentosas ni amores a primera vista. ¿Por qué no te suelen gustar esos dos tipos de recurso?

En primer lugar, porque están repetidos hasta la náusea, y repetidos de muy mala manera en la mayor parte de las veces. Y en segundo lugar, porque son irreales y dañinos. El amor verdadero es discreto, llega sin llamar la atención, es como un río tranquilo que avanza con lentitud, pero de forma imparable, por su intensidad, que cala sin darte cuenta, o cuando te das cuenta ya te ha calado hasta el tuétano. Por eso entiendo que una historia de amor verdadera tiene que representar el amor de esa forma. Ello no quiere decir que no haya sobresaltos por el camino, que se presenten dificultades, o que a veces surja algún rápido en ese río que parecía tan tranquilo, y esos sobresaltos, esas dificultades son las que dan fuerza a esa historia de amor. Los arañazos, las cicatrices, con las que se sale de esos trances son muestras de vida plena, son lazos de unión, son las distinciones que otorga una historia vivida y apurada con intensidad.

¿Dirías que In Arcadia es tu obra más conseguida hasta la fecha?

No soy bueno juzgando o valorando mis obras, porque desde mi punto de vista no son comparables. Cada una tiene su esencia propia, su «personalidad». Sería como tener varias hijas y señalar cuál es la mejor o tu favorita. Sólo aspiro a que quien la lea la disfrute, al igual que mis otras historias.

¿Hasta qué punto te preocupa la búsqueda de la belleza cuando escribes?

Para mí, algo esencial a la hora de escribir, porque la belleza es el alma de toda creación. Al menos en mi caso, la belleza es lo que da sentido a mis creaciones. La belleza en sus mil y una formas, la interior o la exterior, la jubilosa o la melancólica, la artística o la cotidiana, la que se encierra en las pequeñas cosas, en lo imperfecto y en lo recompuesto, la que se esconde en la costura y en el remiendo. Por eso me gusta, o necesito mostrar detalles con esa sencillez como regalos para el lector atento y cómplice, con sencillez y elegancia, detalles que encierran trocitos de alma, de belleza. Y para mí no es nada sencillo, porque la belleza, al igual que la elegancia, es básicamente sencillez, la exigente y rigurosa sencillez. Es una verdadera lucha, y cada manuscrito acaba como un campo de batalla.

Cuéntanos alguna manía que tengas como escritor.

No sé si es manía o costumbre, pero escribo siempre a lápiz sobre cuadernos pautados. No puedo escribir sobre un teclado, porque me desconcentra, me roba los pensamientos. De hecho, tengo más lapiceros y libretas de las que usaría en dos vidas más, pero, bueno, creo que es una droga poco nociva. Es cierto que suelo tener siempre a mano un ordenador o un móvil, pero para consultar los diccionarios o corpus.

¿Qué nos puedes contar sobre futuros proyectos?

Creo que no hay espacio suficiente para hablar de todos ellos. En el que estoy preparando ahora me voy algo más atrás en el pasado, pero en el mismo siglo, y daré un salto al canal. Con dos personajes y una relación algo curiosa. Hasta ahí puedo leer… Y tengo otros que tendrán que esperar más, salvo que me pueda colar algún agujero espacio-temporal que alargue los días y los años.

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