Conociendo a Alberto Puyana

Adentrarse en el universo de Alberto Puyana es embarcarse en un viaje hacia la intersección de la pasión por la escritura y el compromiso social. Este prolífico autor, cuya pluma desgrana historias tan fascinantes como inquietantes, no solo es reconocido por su maestría literaria, sino también por su incansable labor como enfermero y sindicalista. Con más de cuarenta premios literarios a su nombre, Puyana ha erigido un legado imponente, tejiendo narrativas que son espejos de la realidad, donde el sarcasmo y la ironía se entrelazan para desentrañar las complejidades del mundo contemporáneo.

Como un ávido lector y apasionado de la novela negra, Alberto Puyana no solo se sumerge en las profundidades de los libros, sino que también moldea su propia prosa con la intensidad y el misterio característicos del género. En esta entrevista exclusiva, nos adentraremos en la mente inquisitiva de este escritor multifacético, explorando cómo su experiencia en el ámbito de la salud y su compromiso sindical se entrelazan con su arte literario, creando una narrativa única que cautiva e interpela en igual medida.

¿Qué mensaje o emociones buscas transmitir a través de su literatura?

Quiero pensar que en mi narrativa se encuentran los elementos básicos y fundamentales del día a día. Las preocupaciones, inquietudes, miedos y anhelos de cualquier lector que, por otra parte, no suelen ser cosas extraordinarias, sino más bien mundanas. Poner al lector ante el espejo, que se vea reflejado en actitudes o situaciones que suceden en mis novelas o relatos, siempre ha sido uno de mis objetivos porque considero que, si el lector cierte empatía hacia lo que está sucediendo en su lectura, es más fácil llegar a tocar su alma.

¿Cómo ha sido tu proceso de aprendizaje como escritor a lo largo de tu carrera?

Queda feo decir eso de ser autodidacta, pero es que es la pura verdad. Mi formación como escritor se fundamenta, en un principio, en la lectura voraz de todo lo que caía en mis manos, fuese ficción, prensa, cómics, divulgación, artículos científicos… a partir de ahí, y ya de cara a lo que es la creación narrativa, lógicamente te apoyas en gente que entiende del tema, y en ese sentido he tenido la suerte de tener excelentes cicerones que ya se dedicaban a esto de las letras, como Lola Montalvo o Juan Manuel Sainz Peña, que pusieron las primeras balizas en mi camino y a quienes siempre estaré agradecido.

¿Cuáles son algunas de las obras o autores que han influido significativamente en tu estilo y enfoque literario?

Todos han aportado algo, por pequeña que sea esta aportación, a mi estilo. El primer autor que me marcó significativamente en cuanto al estilo fue Miguel Delibes, a quien descubrí en mi adolescencia. Pero quizás me siento más identificado con la literatura anglosajona y en concreto con la Generación Perdida. Con los Hemingway, Faulkner, Fitzgerald, Capote… y si tuviese que elegir algunas obras en concreto, me quedo con  “El viejo y el mar”, “¡Absalón, Absalón!”,  “Adiós a las armas”, “A sangre fría” o “El gran Gatsby”. Ah, y una pequeña delicatessen en forma de novela corta de William Faulkner que se titula “Miss Zilphia Gant”. Una maravilla.

¿Qué aspectos de la vida cotidiana o experiencias personales influyen en tu trabajo creativo?

Absolutamente todo. Desde lo anecdótico hasta los aspectos más conflictivos o dramáticos. En mi caso, ser enfermero me ha permitido convivir a diario con todo tipo de situaciones que transitan desde la tristeza a la alegría. El contacto con la enfermedad, con la muerte y también con la sanación, nos permite tener una visión de la vida mucho más extensa y con mayores matices, creo yo. Ser consciente de tu fragilidad y de tu finitud nos permite afrontar la vida y el proceso creativo desde un punto de vista más empático y menos superficial.

¿Cuáles crees que son los desafíos más grandes que enfrentan los escritores en la actualidad para dedicar tiempo a su obra?

El principal problema de los escritores actuales, desde mi punto de vista, es la ausencia de pausa, de reflexividad. Tendemos a escribir con el piloto automático puesto, con prisas, pensando ya en el siguiente proyecto cuando apenas estamos terminando uno. Algunos, en concreto aquellos que pertenecen a grandes sellos editoriales y que tienen éxito de ventas, se ven abocados a publicar una novela nueva cada año. Y eso se traduce en una disminución de esa reflexividad y, por tanto, de la calidad final del producto.

¿Cómo encuentras el equilibrio entre tu vida personal, profesional y tu pasión por la escritura?

¡Como buenamente se puede! Hay que tener mucha organización, qué duda cabe, pero siempre se encuentra momentos para todo. Presumo de manejar los tres terrenos sin que ninguno se resienta especialmente, aunque, como es lógico, lo profesional y lo personal siempre tienen prioridad sobre la escritura que, al fin y al cabo, hoy día no es más que un complemento. No vivo de lo que escribo. Me aporta, claro que sí,  y gracias a los premios literarios me añade un extra económico muy de vez en cuando, pero el 80% de mi día a día tengo que dedicarlo a mi trabajo y a mi familia.

¿Qué papel crees que desempeña la lectura en el desarrollo y la evolución de un escritor?

Es crucial. Un buen escritor debe ser antes un excelente lector. La manera de aprender los códigos narrativos, los trucos, las reglas (tanto las escritas como las no escritas) se adquieren a través de una disciplina de lectura diaria, a ser posible. Solo leyendo a los buenos escritores podemos aspirar a hacer buena literatura.

¿Puedes compartir alguna anécdota o experiencia memorable que hayas vivido como escritor? ¿En la recogida de algún premio?

He tenido muchas y variadas. Las recogidas de premios te llevan a veces a sitios muy pintorescos y peculiares. Recuerdo que en una ocasión fui a recoger un premio en un pueblo de Madrid, cerca de la sierra, y me sentí totalmente sobrepasado por atenciones desde el comienzo de la tarde. Culminaba el evento con una cena de gala para todos los miembros de la Asociación organizadora del certamen, y me pusieron en la mesa presidencial, donde se encontraban (esto es verídico), entre otros, el alcalde, el representante de la Guardia Civil y el párroco. Me sentí en una película de Berlanga. Pero fue divertido. ¡Y la cena fue estupenda!

¿Cómo abordas la complejidad de representar la realidad a través de la ficción en tus obras?

Intento hacerlo con naturalidad, sin artificios. Apoyándome mucho en el humor y el sarcasmo, sin darle demasiada trascendencia a las cosas que pasan, solo la justa. Si representamos una realidad demasiado impostada corremos el riesgo de romper ese cordón umbilical que nos une al lector. El lector debe leer realidad, sea bonita o cruda. Pero realidad, al fin y al cabo.

¿Qué consejo le darías a aquellos que aspiran a seguir una carrera como escritores, especialmente en un mundo tan competitivo y demandante?

El primero que lean mucho. Que beban de todas las fuentes y no se centren en un solo género, aunque luego tengan uno predilecto. Que beban también de los clásicos porque, por algo lo son, y siempre te enseñan algo.  Que asuman el fracaso y la derrota como algo natural, no ya en el mundo de las letras sino en la vida. Hay que entender que en la vida vamos a perder más veces de las que vamos a ganar y eso no quiere decir que seamos peores o no sirvamos para esto. Y sobre todo, si están decididos a dedicarse a la narrativa, que no decaigan en el empeño. La literatura no es para velocistas, sino para mediofondistas y maratonianos. Y lo que hoy es un fracaso puede ser el germen de un éxito rotundo dentro de unos años.

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