Pedro Padilla
Cuando llegan las altas temperaturas solemos decantarnos por la lectura de los grandes volúmenes (en mi caso, esperan su turno Mundo Hormiga de Charlie Kauffman, Vida y Destino de V. Grossman y Ruta de Escape de P. Sands), pero también por obras más ligeras, las que podamos compaginar con el tinto de verano, los gritos de los niños en la piscina y un sol que no sé a vosotros, pero que a mí me deja el cuerpo para el arrastre. Para la segunda categoría El Imperio de Yegorov, firmado por Manuel Moyano, es un libro idóneo.
Así lo considero por la sencillez de su trama y su tendencia al thriller, hecho que produce que lo leamos de una manera rozando lo enfermizo. Unos antropólogos descubren en una isla del Pacífico un método con el que conseguir la ansiada inmortalidad. Como corresponde a los tiempos en los que nos ha tocado vivir, este descubrimiento conlleva su tratamiento con las reglas del capitalismo más desbocado.
Probablemente hasta este punto pocos lectores sientan una especial atracción por el libro. Yo si les soy sincero, no lo haría. No se impacienten, ahora viene lo bueno. Puesto que desde el momento del descubrimiento a su explotación entre las élites políticas y económicas mundiales transcurren un considerable número de años, más teniendo en cuenta la inmortalidad de algunos de sus actores, Manuel Moyano emplea un recurso literario muy interesante. Desprovee de importancia a los personajes humanos. El verdadero personaje principal de la obra es el método que permite la inmortalidad y cómo el autor nos permite aproximarnos a su evolución a lo largo de las décadas. Conocemos el impacto y desarrollo de la terapia a través de la lectura de diarios, de informes de investigaciones privados, de correos electrónicos, de noticias de prensa. Manuel Moyano despliega una muy interesante amplitud de recursos para que el lector alcance a conocer la expansión y consecuencias de la inmortalidad. Si me permiten la expresión, Moyano hace aquí una literatura cerdo, donde todo elemento es susceptible de ser aprovechado. Inclusive el glosario final tiene su propio peso y es de imprescindible lectura para el cierre de la narración. En este aspecto no cabe más que aplaudir a Moyano y la excelencia en el empleo de estos recursos. No en vano, El Imperio de Yegorov se proclamó con el Premio Celsius 2015 y fue finalista del Premio Herralde.
Su lectura me ha traído a la memoria la magnífica y poco recordada La Extinción de las Especies de Diego Vecchio, también finalista del premio Herralde. Si bien La Extinción de las Especies me resultó una lectura más alejada de los cánones habituales del thriller y, por lo tanto, algo distante de lo que las grandes masas consumen, ambas se caracterizan por la privación de trascendencia a personajes humanos, tal como es habitual en la literatura en general.