Pedro Padilla
Philippe Lançon era periodista. Formaba parte de la plantilla de la revista satírica Charlie Hebdo. El 7 de enero de 2015 se encontraba en el interior de su sede cuando se produjo el atentado perpetrado por integrantes de Al Qaeda. 12 personas fallecieron. 11 resultaron heridas. Entre ellas, Philippe Lançon. Ingresó en estado crítico. Fruto de un disparo había perdido el maxilar inferior.
Las heridas que Philippe Lançon sufrió en el atentado eran más propias de un individuo inmerso en un conflicto bélico que de un habitante de París, la ciudad de la luz. Las físicas, pero también el trauma psicológico. La mutilación, la estigmatización.
4 años después del atentado aparece El colgajo. Una obra en la que Philippe Lançon cuenta su experiencia. A priori no era una obra por la que sintiera ningún entusiasmo. No conocía a Philippe Lançon antes del atentado. La visión de una víctima se ve contaminada por su propia condición, por todo el daño sufrido. Seguí los consejos que a veces no sigo y me dispuse a leer la obra.
No tardé en encontrarme con dos situaciones inesperadas. Por un lado, la figura del propio autor. Un periodista con una cultura amplísima, con una capacidad sobrehumana de objetivar hechos, de desmarcarse de su propio dolor y de sus secuelas al referirse a ellas. Por otro lado, que en el recuerdo de la experiencia del atentado los primeros capítulos no se circunscriban al leitmotiv, sino a la propia vida de Philippe Lançon antes del atentado. Ser la víctima de un atentado terrorista es un hecho fruto de una serie de circunstancias, muchas de ellas afectas al azar. Este inicio de lo que era la vida de Philippe Lançon antes de sufrir en su piel la barbarie tiene ecos de algunas de las obras de Paul Auster. El azar como motor literario. La exclusiva culpabilidad de Philippe Lançon era trabajar en un diario que había sido amenazado por sus transgresiones religiosas. Podría aquel día haber llegado tarde, encontrarse en otro lugar o haber fallecido, como otros de sus compañeros de trinchera laboral. Pero no. Philippe Lançon perdió la mandíbula inferior, aunque lo que le importa al iniciar la narración era lo que el propio Philippe Lançon era antes de ese fatídico instante.
Las situaciones inesperadas en El Colgajo no se circunscriben a sus primeros compases. Imaginaba tener que enfrentarme con el desgarrador relato de una victima de un atentado. Es mucho más. El relato es de un paciente. Un sujeto que lucha, que recae, que tiene debilidades, que a veces se muestra caprichoso o infantil, pero que sobre todos los aspectos quiere seguir adelante. Recuperar la vida de los primeros compases. El Colgajo es por lo tanto una lectura que alcanza la categoría de necesaria. No solo por un valor literario considerable, puesto que la escritura de Philippe Lançon es admirable, sino porque su capacidad para deslindarse de su propias experiencias y dolor a la hora de describirlo es encomiable. El Colgajo es literatura de aprendizaje, de experiencias. Es vida. Se convierte en una lección para todos aquellos que vivimos nuestras vidas como si los libros o los coches o la familia pudiesen ser nuestros únicos horizontes. Nada más lejos de la realidad. El azar es caprichoso. La enfermedad, las amenazas permanecen ocultas. Aguardan el momento más inesperado para devorarnos. El Colgajo está ahí, para decirnos cómo afrontarlo.