La entrega más oscura de la trilogía de Miguel Lifante.
El dolor, como afirma Eduardo Díez (Madrid, 1984), simplemente es. Existe, aunque no queramos. Y su poder transformador bien puede servir de hilo conductor para esta interesante entrega de la saga de Miguel Lifante. Día de gracia es, en consecuencia, la más oscura de las novelas de la saga, pero también la más profunda.
Hace tiempo, venimos asistiendo a un fenómeno muy interesante en la literatura patria, que además ya hemos comentado en varias ocasiones, y es la cantidad de escritores que empiezan a apostar por ubicar sus historias en su tierra o en otros lugares menos conocidos o frecuentados de la geografía española. En este caso, hablamos de Día de gracia, la novela de Eduardo Díez que, ambientada en tierras cántabras, cierra la trilogía de las peripecias de Manuel Lifante, un abogado que arrastra un amargo trauma del pasado, a causa de la muerte de su mejor amigo. Como el propio autor explica, en realidad, estos dos eran los únicos elementos que sabía seguro que formaría parte de la historia; a partir de ellos, fue moldeando el resto: «Al principio solo tenía claras dos cosas: que iba a transcurrir en Cantabria y que la trama tendría que ver directamente con Miguel y su entorno. Eso hace de Día de gracia la más oscura y profunda de las tres entregas, pero también la más especial de todas. Este libro ha sido el más difícil de escribir con enorme diferencia, en parte porque hay varias tramas que necesitaba cerrar».
Día de gracia culmina la trilogía, si bien puede ser tomada como una precuela, y arranca la narración con el asesinato de una abogada que era también amiga del protagonista, cuyo cuerpo aparece en un parque de Santander. Todo apunta a que el autor es el marido de la muerta, que se ha entregado a la policía, pero Miguel Lifante tiene serías dudas al respecto: conoce perfectamente al sospechoso y, además, unos días antes, la finada le confesó temer por su vida a causa del caso en el que se encontraba trabajando. La búsqueda de la verdad llevará al abogado a enfrentarse con su pasado y con un oscuro personaje que se hace llamar Bucéfalo.
Eso claroscuros son continuos en toda la obra, y no solo en la trama en sí, sino, sobre todo, en los personajes, y especialmente en el de Miguel Lifante, por un motivo muy básico, en realidad: «Porque no hay luz sin oscuridad. Es tan simple como eso. Cada uno de nosotros tiene un lado oscuro que procuramos mantener a raya sin darnos cuenta de que eso es precisamente lo que nos completa. No puedes valorar la limpieza sin antes haberte ensuciado. Vivir plenamente significa experimentar tanto la luz como la sombra, distinguirlas e integrarlas para conseguir un equilibrio, sin perjuicio de que este oscile de cuando en cuando. En el caso de Miguel, tiene que descender al infierno para descubrirse y romper con aquello que, precisamente, le hace asomarse al abismo».
Día de gracia es la entrega más profunda y oscura de la trilogía, y si bien no está exenta de su toque de humor, algo que es común a toda la serie, si tuviéramos que buscar un hilo conductor, este sería el dolor y su capacidad de transformación. Eduardo Díez lo tiene claro: «El dolor forma parte de la vida y es absurdo resistirse a él, por mucho que nuestro propio instinto se aferre a lo contrario. Nos da miedo el cambio, y es lógico que así sea, porque implica desprendernos de aquello que conocíamos y queríamos. No es nada fácil, desde luego. Y tampoco sé si tiene aspectos positivos. El dolor es. Existe y transforma. Cómo nos tomemos aquello que lo produce será lo que nos haga sacar aspectos positivos o negativos. Pensemos en un desengaño, por ejemplo. Duele enormemente porque ya nada volverá a ser como antes. Pero, tras la tormenta y la transformación, somos más sabios, porque hemos crecido», asegura.