Pedro Padilla
Existen libros que nos hipnotizan, tramas que nos empujan a leer de forma enfermiza. Existen libros que contienen radiografías del alma de los personajes que nos hacen sentirnos desnudos antes ellos. Existen libros repletos de imágenes demoledoras, con la capacidad de sacudir nuestro interior. Existen libros que juegan a ser ensayos. Existen libros que cobijan personajes con la capacidad de traspasar sus páginas. Existen libros y luego está Cutter y Bone de Newton Thonrburg.
Publicada en 1976, esta maravilla ha estado inédita hasta la actualidad en nuestro país.
Cutter y Bone cuenta con la extraña capacidad de metarfosearse en diferentes libros. Encaja perfectamente en la colección Al Margen de Sajalin. Bone es testigo de un hecho delictivo que podría ser constitutivo de delito y que podría haber sido cometido por un millonario. Se despliega en ese momento la posibilidad de realizar un chantaje, dando paso a un juego de intrigas, de espejos deformados en los que cuesta identificar la realidad de lo que no es.
La posibilidad del chantaje es un leitmotiv. Cutter y Bone es mucho más. Gravita sobre un par de personajes extraordinarios que no son más que la derivación de la América de los años post-Vietnam de Don Quijote y Sancho Panza. Cutter es un veterano, mutilado, dotado de mordacidad, locura e infelicidad por iguales. Su vida también se deja llevar por los gigantes que va encontrando en su camino. Por el contrario, Bone se asemeja en Sancho Panza, en su capacidad por dotar de algo de raciocinio a las andanzas en las que Cutter incurre. Un Sancho Panza, como no podía ser de otro, amoral como lo es la vida: un gigoló bien parecido. Un detalle que llama poderosamente mi atención: su redacción es en tercera persona, pero del mismo modo que el narrador alcanza la capacidad de desbridar la mente de Bone, los pensamientos de Cutter quedar guarecidos, protegidos de una manera hermética para el lector.
Lo que a todas luces puede parecer una obra de realismo sucio en manos de Thornburg alcanza grandes cotas de preciosidad. Pese a la sordidez de la historia y a la decadencia de sus personajes, el texto es rico en recursos, las imágenes son dulces como algodón de azúcar. Sus dimensiones casi infinitas.
Y luego está la capacidad del autor no solo de definir el alma de sus personajes, en la derivación de la obra, que acaba coqueteando con la road movie, conduce al lector a las Ozarks, el lugar del que es originario el presunto homicida. Sin traicionar el espíritu del texto, asistimos a un análisis antropológico de la mentalidad del lugar.
Por todo esto y por todo aquello que solo un lector puede atisbar de una obra, Cutter y Bone resulta magnífica.