Herzog | Saul Bellow

De pronto decidí que necesitaba leer Herzog. Sucedió en el momento en que descubrí que el propio Philip Roth había reconocido que su lectura fue parte imprescindible para la creación de El mal de Portnoy, tal vez mi indispensable de Rothy uno de los libros con el que más me he divertido. El mal de Portnoy es posiblemente el libro con el que más me he divertido. Por este motivo las primeras páginas supusieron una pequeña decepción. Herzog cuenta con muchas virtudes, pero apenas guarda relación con el libro de Philip Roth. Al menos con lo que buscaba.

Saul Bellow forma parte de la gran tradición judía en la literatura norteamericana. Autores que no ocultan que la religión de sus ancestros, como todas las religiones, vive en la decadencia, que las normas morales que permitieron la convivencia y progreso de los suyos en tiempos pretéritos escasa ayuda les puede prestar a la hora de resolver ni los conflictos ni las situaciones a las que se enfrenta el hombre actual. Si acaso, la religión puede ejercer de elemento identitario, pero no más de lo que sería un club deportivo, la pertenencia a un barrio o la predilección por un partido político.

Pienso cómo no en Philip Roth, pero también en Norman Mailer, en Jonathan Safran Foer o en el último eslabón de esa cadena que podría ser Joshua Cohen. Autores que en la mayoría de los casos vinculan sus textos a la respiración que se produce en las grandes urbes norteamericanas. No en vano, en Herzog la ciudad de Boston funciona a modo de brújula, a modo de veleta a la que tienden de manera inexorable las vidas de sus personajes.

Saul Bellow se sirve de Herzog para narrar las desgracias que afectan a su personaje principal, un profesor universitario, divorciado con dos hijos y que se erige en patrón de todos aquellos que somos incapaces en el momento y vencedores a tiempos pretéritos. A modo de monólogo interior Herzog redacta cartas en las que desgrana su yo, pero que no llega a enviar, quedando todo ese pensamiento, intenciones y reflexiones en un limbo, en una frustración personal que resulta un recurso literario muy interesante.

Tal vez uno de los puntos más complejos de su lectura obedece no a su falta de trama, pues ésta existe, sino a la escasa dependencia que tiene de ella la obra a la hora de realizar cualquier progreso. Herzog es una obra de una de reflexión muy importante, compuesta de diálogos que suscitan gran interés y monólogos de una profundidad abisal, pero que no cuenta con una trama sobre la que cabalgue. Es el embrión de lo que más adelante autores más decididamente experimentales como David Foster Wallace llevarían a sus obras, desprovistas de tramas, como en La Broma Infinita.

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