¿Arde Cataluña?

Jorge

Es obvio que ha sido la famosa novela histórica ¿Arde París? de Larry Collins y Dominique Lapierre quien me ha inspirado la cabecera de este artículo con el que me propongo aportar una reflexión más sobre el dramático escenario en el que, la grave espiral de irracionalidad de los dirigentes independentistas catalanes, nos ha colocado a todos los españoles.

Siguiendo el hilo conductor de la novela, Adolf Hitler en un acto irrefrenable de locura ordenó en Agosto de 1944 la destrucción de París. Toda una secuencia de acontecimientos alrededor de los principales protagonistas durante los días previos de la liberación, terminan con la decisión racional y arriesgada del gobernador alemán de la capital francesa el general Dietrich Von Choltittz que, desobedeciendo la orden, salva a la capital de las luces, escribiendo con ello una de las páginas más relevantes de la Segunda Guerra Mundial.

La contumacia de los lideres nacionalistas catalanes que desde el siglo pasado persiguieron con inútil resultado la separación del Estado, mediante la proclamación por Francesc Macià de la República Catalana el 14 de Agosto de 1931 y posteriormente, Lluis Company el Estado Catalán dentro de la República federal el 6 de octubre 1934, parecía haber invernado, después de que los trágicos acontecimientos de nuestra guerra civil y la posterior dictadura dieran paso a un largo período de paz y convivencia entre los españoles en el marco de la Constitución aprobada en 1.978.

Sin embargo todo parece haber dado un vertiginoso salto en el tiempo como si de una reencarnación histórica se tratara. El embrión de esta inexplicable aventura puede encontrarse en unas generaciones educadas en el ansia redentorista contra una España depredadora; en unos dirigentes corrompidos que buscan desesperadamente ser absueltos desde sus propios jueces y tribunales y en la consecución de unas instituciones dóciles y adaptadas al reparto impúdico y deshonesto de un poder proclamado desde el desprecio al derecho, a la ley y a una Constitución que les ha garantizado durante décadas un espacio nacional e internacional que como el europeo, ha sido la garantía y el sostén de su desarrollo económico, social y político.

Pero siendo objetivos hay que reconocer que las causas de tantos despropósitos no son sólo endógenas, las ha habido también de naturaleza exógena. Los sucesivos gobiernos de la Nación han contribuido también con sus silencios, acciones u omisiones a que las brasas de ayer, hoy se hayan convertido en llamaradas que amenazan a Cataluña con un incendio de proporciones desconocidas.

Concesiones educativas, fiscales o de seguridad que son el germen de enfrentamientos, excesos y descoordinación en el ejercicio de las competencias de que goza la Generalidad; debilitamiento de la presencia institucional del Estado; sospechosos silencios y dilaciones procesales en flagrantes casos de corrupción de altos cargos nacionalistas, incluidos algunos de sus familiares, además de una perniciosa reforma estatutaria que ha puesto en peligro la unidad territorial del Estado y la convivencia pacífica de los españoles.

Consecuencia de todo ello es que una parte importante de la burguesía intelectual, empresarial y social catalana junto a iluminados y desesperados líderes políticos procedentes de formaciones tan dispares como las de la derecha nacionalista, hoy CDC, junto a la amalgama que componen la Ezquerra republicana, la aterradora CUP o Barcelona en Comu (marca catalana de Podemos) se han declarado insumisos y rebeldes en el acatamiento de la Constitución y el cumplimiento de las leyes del Estado.

Puigdemont y sus voceros, al igual que Hitler en París, ya ha dado la orden de incendiar Cataluña si el poder del Estado les impide consumar el referéndum el 1 de Octubre como paso previo a la desconexión de España. ¿Surgirá en el último instante un político sensato y razonable entre ellos, como el general Von Choltittz, que lo impida? De no ser así el Gobierno de la Nación y la sociedad española, tiene/tenemos la obligación grave de dar una respuesta firme y sin ambages al desafío secesionista.

Jorge Hernández

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