Pedro Padilla
Muy interesante sorpresa la que me he llevado con Plagio de Patricia Font. Un libro que es como esos detectives de las películas que una vez resuelto el crimen escapan por la puerta de atrás, al tiempo que políticos y superiores reciben la felicitación de los medios de comunicación y de los anónimos. Plagio es literatura. En mayúscula. Lo he comentado en más de una ocasión. Cuando tengo entre las manos una obra de una editorial independiente quiero que me guste, que me estremezca. Una sensación similar a cuando vemos una película de superhéroes solo para que sean los buenos los que se impongan sobre el mal. Lamentablemente, no siempre sucede. A veces las editoriales independientes también yerran. Con Plagio, no.
Patricia Font es una enamorada de David Foster Wallace. No solo lo cita en Plagio y hace una suerte de posesión espiritual con él. En su proceso de composición no ha dejado de mirarse en su espejo. Hay por lo tanto mucho de David Foster Wallace en Plagio. Su inteligencia, su humor, su aproximación a lo absurdo, su juego con la identidad, el uso que éste hace de las entrevistas o de las notas a pie de página, pero afortunadamente Plagio no pretende plagiar (perdón) La broma infinita. Plagio es una obra muy interesante con un sofisticado juego de metanarración, que se sirve con brillantez de la técnica de las muñecas rusas para bucear en conceptos de un considerable nivel de abstracción como son la identidad, la creatividad artística, el universo del teatro tras los focos y, cómo no, el éxito.
Pero sobre todo esto, Plagio es literatura. Lo es en un estado muy superior a la mayoría de libros que copan la lista de los más vendidos. Plagio no es un libro sencillo, asume un riesgo (memorable ese pasaje del gol de Iniesta al Chelsea en semifinales de Champions), exige al lector, hace que se pierda en un viaje que a veces se asemeja al de Alicia una vez cruza la frontera del espejo. El destino tal vez no sea el que esperábamos. Pero qué importa, si el lugar es maravilloso.