El 8 de marzo viene a recordarnos la importancia de la lucha por nuestras libertades y derechos. En una sociedad heteropatriarcal en la que aun encontramos techos de cristal para las mujeres, la unión debe ser el camino para alcanzar cuotas. Pero también ha llegado el momento de emprender nuevas luchas. Ahora que vuelve a la palestra la Ley de la paridad, que ya se ha mostrado ineficaz en el pasado, es momento de ver las razones por las que las mujeres, preparadas y formadas, no terminan de despegar.
Y la razón no la encontramos en techos inalcanzables, si no que están en suelos pegajosos que nos impiden dar el salto. La entrada en el mundo laboral ha sido tardía, aún hoy somos nosotras las que tenemos que llevar sobre nuestros hombres las responsabilidades del hogar y de los hijos. Se nos obliga a elegir entre ascender en lo profesional o crecer en lo personal. Las leyes de paridad ponen el acento en los puestos directivos, pero ¿y el día a día? Aquí es donde reside el problema.
La realidad actual es que, pese a los pasos dados por el Ministerio de Igualdad encabezado por Irene Montero, las mujeres aun tenemos que luchar contra el peso de la memoria social. Nuestro papel es el de ser madres y esposas que se quedan en su casa; y eso ha calado a lo largo de nuestra historia. No importa que seamos fuertes y luchadoras. La base de la economía domestica y de la formación de los jóvenes. Nada de eso importa mientras sigamos siendo vistas como madres y esposas.
Se han roto barreras que nos han permitido acceder a un mundo laboral que antes nos estaba vetadas. Ya no tenemos que ser —a no ser que lo queramos— maestras y enfermeras. Poco a poco, entramos en otras ramas laborales y, por ejemplo, en el mundo judicial vemos un incremento exponencial de mujeres magistradas, que superan incluso en número a los hombres. Las oposiciones en igualdad de condiciones, cuando el físico no es importante, nos han colocado en la base de salida. El resto, el tesón y esfuerzo de mujeres que, lejos de querer romper techos de cristal, buscaron despegarse de las arenas movedizas.
Por eso, este 8M debemos luchar por asentar bases, situar suelos para que ninguna mujer tenga impedimentos para despegar. Es la hora de mirar abajo para alcanzar el cielo; de que nuestras políticas se dirijan a ofrecer oportunidades reales e igualitarias para que todas podamos alcanzar nuestras metas. Mejoras en la educación, dónde aun existen una brecha sexual que empuja a las chicas a las letras convirtiendo en heroínas a las que eligen Ciencias (no sanitarias). Es la hora de que aquellas madres que no tuvieron opción y ahora busquen un crecimiento profesional, tengan herramientas.
Si es difícil acceder a un puesto digno de trabajo después de los 40. Mucho más lo es siendo mujer. Ese debería ser el nuevo feminismo: el que nos ofrezca herramientas para ser independientes económicamente; para ser libres y poder volar sin techos pero con los pies firmemente asentados lejos de las arenas movedizas que nos atrapan desde hace demasiados siglos.