
Pasé el encierro de la pandemia sola. Cuatro paredes, una pantalla y un sinfín de pensamientos que se volvían más oscuros conforme avanzaban los días. No me daba cuenta de cuánto me afectaba hasta que el mundo empezó a abrirse de nuevo y yo me sentía incapaz de salir. El miedo al contacto, a la incertidumbre, a todo lo que no podía controlar, me hizo buscar refugios en páginas impresas. Y allí encontré mi salvación.
Muchos libros nacieron de la pandemia. Algunos fueron escritos durante el encierro, como un ejercicio de resistencia y testimonio, mientras que otros florecieron después, intentando dar sentido a un trauma colectivo. Para mí, hubo tres libros que marcaron mi reconstrucción emocional y que se convirtieron en bálsamos para mi soledad.
El primero fue «El infinito en un junco» de Irene Vallejo. Aunque no fue un libro nacido de la pandemia, llegó a mis manos en el momento exacto. En un tiempo donde la fragilidad humana se sentía más evidente que nunca, leer sobre la historia de los libros y su capacidad de supervivencia a lo largo de los siglos me dio esperanza. Me recordó que la humanidad ha atravesado crisis inimaginables y ha encontrado maneras de seguir adelante. Vallejo me enseñó que cada libro es un pequeño acto de resistencia, y eso me ayudó a ver mi propia resiliencia con otros ojos.
Después llegó «Diario de un contagio» de Paolo Giordano. Este sí fue un testimonio directo de lo que estábamos viviendo. Fue como mirarme en un espejo y encontrar a alguien que entendía mis miedos, mis ansiedades y la sensación de irrealidad que nos invadió a todos. No me hizo sentir mejor, pero me hizo sentir menos sola. Y a veces, eso es lo único que necesitamos.
Por último, «La ciudad solitaria» de Olivia Laing me ayudó a procesar mi propia soledad. Aunque el libro no habla de la pandemia, sino del aislamiento en la gran ciudad, fue inevitable leerlo desde mi propia experiencia. Me hizo replantearme la soledad no como un castigo, sino como un espacio de reflexión, de creatividad, de conexión con uno mismo. Me enseñó que estar sola no significa estar vacía.
La pandemia fue un antes y un después para muchos. Para mí, fue la confirmación de que los libros son más que entretenimiento o aprendizaje: son compañía, refugio y, a veces, un salvavidas. Hoy, aunque el mundo se ha reactivado y la vida parece haberse retomado con normalidad, sigo recurriendo a esas páginas que me sostuvieron. Porque la soledad no desaparece con el fin del confinamiento, pero saber que hay historias que pueden acompañarme en cualquier momento me da una tranquilidad inmensa.