
En pleno siglo XXI, cuando el feminismo ha logrado avances significativos en la lucha por la igualdad, resulta preocupante ver cómo las novelas románticas contemporáneas continúan perpetuando ideales de amor tóxico y relaciones desiguales. Como mujer de izquierdas, comprometida con la emancipación de las mujeres y la construcción de relaciones sanas y equitativas, considero fundamental analizar las consecuencias de este fenómeno en la percepción del amor y la pareja, especialmente entre las nuevas generaciones.
Si bien la literatura romántica ha evolucionado desde los clásicos relatos de «damiselas en apuros» rescatadas por príncipes encantadores, muchas de las tramas actuales siguen reproduciendo dinámicas de poder desiguales disfrazadas de pasión. Nos encontramos con protagonistas masculinos fríos y dominantes que se «ablandan» gracias al amor de una mujer entregada y paciente. O con relaciones donde los celos, la posesividad y el control son romantizados como signos de devoción.
Este tipo de narrativas no son inofensivas. Las jóvenes lectoras, muchas de ellas en edades donde están formando su concepción del amor y la pareja, pueden interiorizar estas dinámicas tóxicas como deseables o inevitables. Un amor que duele, que exige sacrificios y que se impone por encima del bienestar individual no es amor, es una trampa. La ficción moldea nuestra realidad, y si la literatura sigue presentando como deseable la sumisión femenina o el sufrimiento en nombre del amor, estamos retrocediendo en los logros feministas.
El problema no radica en la literatura romántica en sí, sino en la falta de modelos alternativos. Las historias de amor pueden y deben reflejar relaciones basadas en el respeto mutuo, la comunicación y la autonomía personal. Es imperativo que escritoras y lectores demandemos tramas donde las mujeres no sean rescatadas, sino que sean dueñas de su propio destino, donde el amor no implique renunciar a la propia identidad ni tolerar comportamientos abusivos.
El feminismo no está en contra del amor, sino de las estructuras de dominación que se disfrazan de él. La literatura tiene el poder de transformar la sociedad, y es momento de exigir narrativas que promuevan relaciones saludables y equitativas. Porque el amor, en su expresión más pura, no debería ser una jaula, sino un espacio de libertad compartida.