Reseña de La música me hacía llorar

Joseph B Macgregor

Hay recuerdos surgidos de nuestras vivencias personales, piezas desordenadas del puzzle incompleto de nuestra particular biografía. Son imágenes caprichosas que, a veces, permanecen dormidas en nuestra mente hasta que una canción, una palabra, una lectura o una fotografía (en sepia, blanco y negro, en «Kodak-color», acumuladas en el interior de una caja metálica de galletas), o una película en «Super-ocho» de papá, un caramelo, unas natillas o las croquetas de la abuela son la “chispa adecuada” que encienden nuestra memoria. Pero nuestros recuerdos no lo conforman tan sólo las experiencias vitales que hemos protagonizado, sino que son complementadas también por todas aquellas historias familiares que nos contaron nuestras madres, tías o abuelas y de las que no fuimos testigos bien porque o éramos todavía muy pequeños como para poder recordarlas o bien porque simplemente aún no habíamos nacido. De esto habla en parte «La música me hacía llorar» de la autora gaditana María Jesús Ruíz.

Se trata de una antología de cuentos «que empezaron a forjarse como cuentos de vigilia. Intentaba, con ellos, exorcizar el dolor, creyendo firmemente en el poder sanador de la escritura: si ponía en negro sobre blanco cada recuerdo doloroso, estos se disiparían, saldrían de mi interior y, transformados en ficción para los otros, dejarían de pertenecerme. De ahí el título, La música me hacía llorar: alejarme de los cantos de sirena y de las danzas insinuantes y macabras con las que la memoria de lo perdido quería seducirme» (Ritual/Epílogo; p.p. 62 y 63). Este ejercicio liberador se traduce en una serie de relatos de desigual extensión (del microrrelato al cuento con capítulos), pero también de versátil género o tratamiento. Así, María Jesús nos ofrece cuentos de claro matiz simbólico y onírico como «El anillo», «Sus alas» o «Aquelarre», combinados con otros más anclados en la realidad como «Diego y Renata», «Epistolario», «Un dromedario en Manhattan» o «Naufragio». Hay otros en los que la evocación personal y autobiográfica se me antoja más evidente: «E de elefante», «La gallina de los huevos de oro», «Acelgas y Café» o «Mis amigos». 

Sin embargo, desde mi punto de vista, todos los cuentos funcionan como fragmentos de una novela no consumada ya que los recuerdos de la autora están insertados de manera más o menos subliminal en cada uno de ellos, ya sean a través de experiencias propias, de historias familiares que le contaron, pero también por sueños o pesadillas, de manera más simbólica o más críptica; incluso a partir de historias de carácter fantástico como «Cornelia en la alameda». «

Pero lo más importante a la hora de adentrarnos en el universo de María Jesús es que los árboles no nos impidan ver el bosque; no quedarnos en lo aparente, en la anécdota, sino que sepamos leer entre líneas los múltiples temas o asuntos que aborda la autora en cada uno de ellos: el desamor, la ruptura, la educación de la mujer en nuestro país, la identidad, la rutina matrimonial, el dolor por la perdida, la evocación de las personas que ya no están, el duelo…

En todos, se aprecia un magistral uso de varias técnicas literarias, pero, también y, sobre todo, son textos de una sobrecogedora belleza, perfectamente construidos, a los que no le sobra ni una coma, y que destilan una poderosa poética y una sensibilidad irresistible.

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