El arte como refugio: ‘Duelo’ de Leila Guerriero y el proceso de sanar la ausencia

Laura Trevis

La muerte de una madre es un terremoto silencioso que sacude cada rincón del alma. Cuando perdí a la mía, el mundo que conocía se desmoronó en pedazos imposibles de ensamblar. Busqué respuestas en el tiempo, en la memoria y en la literatura, como quien se aferra a un salvavidas en medio de la tormenta. Entre tantas lecturas que intentaban poner palabras a lo indecible, me encontré con Duelo de Leila Guerriero, un libro que, sin pretenderlo, me acompañó en el abismo de la pérdida.

Duelo no es un libro de autoayuda ni una guía sobre el luto. Es una exploración cruda y poética sobre el dolor, un ejercicio de escritura que convierte la ausencia en algo tangible, casi corpóreo. Guerriero narra la historia de una mujer que lidia con la pérdida de su padre, pero lo hace con una honestidad brutal que trasciende cualquier experiencia particular. Sus palabras, tan precisas como un bisturí, diseccionan el sufrimiento sin concesiones ni sentimentalismos baratos.

Lo que más me impactó de este libro fue su capacidad para nombrar lo innombrable. La muerte de una madre es una herida que nunca cierra del todo, pero la literatura tiene la extraña virtud de convertir el dolor en algo compartido, en un eco que resuena en quienes han pasado por lo mismo. Al leer Duelo, me sentí menos sola en mi tristeza. Encontré en sus páginas una compañía discreta, una voz que no intentaba consolarme, pero que entendía la magnitud del vacío.

Guerriero me enseñó que no hay una manera correcta de vivir el duelo. No hay tiempos ni etapas fijas, solo una convivencia con la ausencia que se va transformando con los días. Me hizo comprender que el dolor no se supera, sino que se aprende a llevar. En sus frases afiladas y su mirada implacable encontré un reflejo de mi propio proceso, un mapa incierto de ese territorio desconocido que es la orfandad.

La literatura tiene ese don: el de ofrecernos refugios en los momentos más oscuros. Leer Duelo no me devolvió a mi madre, pero me ayudó a entender mi propio duelo con más claridad. Fue un recordatorio de que el arte, incluso en su forma más devastadora, puede ser una luz tenue en la penumbra del dolor. Y a veces, en medio del vacío, esa luz es lo único que necesitamos para seguir adelante.

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