V. C. Cortes| WeltDeLibros

La voz narrativa de estos Cuentos de Terror de los objetos malditos la comparten sus protagonistas, de un lado Tío Montague el narrador de las historias y de otro lado está Edgar el encargado de trasmitírnoslas.
Nuestro joven protagonista pasa el verano en casa de sus padres que se ubica en la campiña no muy lejos de la casa de Tío Montague, un personaje oscuro, solitario y algo huraño que parece estar presente en todas y cada una de las generaciones de esa familia. A pesar de ese carácter y del camino sinuoso que debe atravesar Edgar para llegar a la casa de su tío (plagado de sombras que parecen alargar sus delgadas manos para tocarlo). Acude allí donde al abrigo de una chimenea que calienta a duras penas la fría casa y acompañado de una taza de té tras otra, escuchará ensimismado las historias horripilantes y pavorosas que su tío tiene a bien de contar.
La lectura se organiza por tanto de una forma muy sencilla, una introducción de los personajes principales, nueve historias contadas por Tío Montague y transmitidas por nuestro narrador in situ, Edgar, y un capitulo conclusivo que desmiembra la verdadera historia en torno a la cual giran todas las otras historias. La historia de Tío Montague.
A pesar de lóbrego y opaco que pueden parecer ambos personajes, tío y sobrino son atrayentes para los lectores y tanto uno como otro empatizan a partes iguales. La curiosidad morbosa de Edgar hará que Tío Montague entre en un estado de casi ensoñación locutora y a través de los más cotidianos objetos inundará la mente de Edgar y del lector con historias terroríficas.
Y he aquí la estupenda particularidad de estas historias. Enfocadas, quizás, a un público juvenil, son historias realmente macabras (algunas de ellas), que infunden verdadero pavor si pasas sus páginas a la luz de una lóbrega lámpara en el silencio de la noche.
Por tanto, el lenguaje, e incluso la caligrafía que se usa en este libro está dirigida a ese público. Sin embargo, el miedo y el terror que una historia puede infundir no conoce límites ni edades. Chris Priestley consigue crear una atmosfera sombría y atemporal, donde los elementos más sencillos y cotidianos tienen tras de sí una espeluznante historia.
El desenlace pone fin a la lectura de una forma abrupta y escabrosa cuando conocemos el verdadero perfil del Tío Montague.