Pedro Padilla
El papel en blanco siempre es peligroso. Pero, sobre todo, lo es en el momento en que decides hablar de un libro cuyo sentir general es de aclamación. Los lectores se pasean por los parques, por las veredas de los ríos, por las avenidas plagadas de turistas de las ciudades importantes y por las redes sociales eructando corazoncitos y tequieros, tatuándose el título del libro y abrazándolo muy fuerte para que no se escape. Canto yo y la montaña baila de Irene Solá es libro que se lee, pero sobre todo que se ama.
Y aquí vengo yo a soltar una opinión que nadie me ha pedido. Canto yo y la montaña baila es un libro con grandes aciertos, con pasajes extraordinarios, pero también he caído en algunas trampas para las que ningún oso amoroso de lector me avisó. Trampas más que justificables en la primera novela de una autora joven. Pero que han impedido que me sume a las huestes de enamorados del libro. Me ha gustado. Sí, sin lugar a dudas. Pero un polvo de una noche no es un amor profundo con el que quisiéramos envejecer a nuestro lado.
Tal vez fueran las expectativas generadas, tal vez mi propio ánimo, pero encontré muy pocos elementos novedosos en Canto yo… El ambiente de masía catalana-pueblo opresor me parece mucho mejor definido en esa maravilla que publicó no hace mucho Sajalin y que también está firmado por una autora joven: Nuria Bendicho Giró. Me refiero cómo no a Tierras Muertas. Un libro que en cierto modo considero heredero, por un lado de la tradición literaria de William Faulkner, pero también en cuanto a la temática, a la obra de Mercé Rodoreda.
Uno de los elementos más aplaudidos de Canto yo es su capacidad de construir un relato holístico donde todos los elementos de la montaña tienen voz para así permitir que el prisma narrador quede cubierto. Este recurso literario permite que incluso un oso se convierta en narrador. Inevitablemente he rescatado de mi memoria la dureza de la excepcional obra de Wajdi Mouawad, Ánima, en la que un asesinato y su posterior búsqueda de los asesinos es narrada por todos los animales que forman parte del camino del personaje principal, permitiéndonos a su vez enriquecer el relato con la historia individual de cada uno de estos animistas narradores.
Pese a todo lo referido es justo proclamar que Canto yo y la montaña baila es una obra muy interesante, dotada de una lírica majestuosa. Quizá no me he sentido ni enamorado ni embelesado, sobre todo por la similitud entre las diferentes voces que conforman el relato. Pese a ello, valorándola como la primera obra de una autora joven, me parece un libro excepcional. Es quizá en los ojos de sus enamorados lectores donde no comparto el sentimiento.