La estanflación política

Me levanto hoy un poco menos esperanzado, reflexionando algo más, un poco más, sobre el país en el que estamos viviendo. Queramos o no, mañana habrá elecciones, no podremos escapar de ellas. No podremos escapar de los políticos.

Escucho en la radio al exconsultor Don Ignacio Varela leyendo su columna semanal sobre estos temas. Y parece más preocupado por la situación económica que por la situación política. Habla fluidamente sobre los efectos en la sociedad de una economía poco saneada. En nuestro caso, el de todos los españoles, es más bien nefasta.

Llevo meses recordando aquel invierno de 2008—2009, en Enero de 2009, en el que desaparecía la pobre Marta del Castillo, y yo vivía el cierre de mi primer negocio. La gente hablaba de que la situación económica no podía ser mejor, y paradójicamente un par de años después, llegábamos a casi un treinta por ciento de paro a nivel nacional. Después vino el cambio político caracterizado por una variedad y una nueva fauna política que nos hacía echar de menos el famoso bipartidismo.

Comentaba este experto que la inflación nos sumergiría en una etapa de incertidumbre, en la que cualquier medida económica que se hiciera por parte del Gobierno para equilibrar las cuentas, sería impopular. Lo verdaderamente dramático de una situación de estanflación, o inflación prolongada en el tiempo es que cualquier medida que se tome, por parte de cualquier partido político, y da igual la ideología, elevaría el inconformismo social.

Lo preocupante es que cada vez que uno se pone a pensar en estas elecciones, y en las futuras, sabiendo más o menos lo que se nos viene encima, y los discursos políticos que se están utilizando, no puede evitar entrar en pánico, o al menos en modo alarma.

Me cuesta poco creerme un futuro desastre económico con consecuencias sociales alarmantes, y más cuando escucho el debate político durante cinco minutos y me salen hablando de torrijas y masturbación. Así que…

Buenas noches. Y buena suerte.

Había que contarlo.

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